Pisa: El perro de Pavlov sólo saber usar el índice || La noche de los Nahuales

Por Benjamín M. Ramírez

Los jóvenes de preparatoria se encuentran en la etapa de los exámenes semestrales, y aunado a ello, un sinnúmero de opciones, emociones y decepciones.

 

Gran parte del trabajo académico ha sido realizado, tanto por los profesores como por parte de los alumnos. Sólo falta la culminación del período: sería conveniente que lo fuera con los mejores resultados, y que sólo en un porcentaje reducido es posible. Cuestión de sumas y restas.  

 

Las etapas previas a la culminación del semestre obliga al alumno el “asegurar” no irse a presentar un examen a “título” —examen a Título de Suficiencia, ETS—  un examen extraordinario; con sólo 18 puntos y colocar el nombre en el examen, el alumno ya cuenta con la materia aprobada. Así de fácil, así de cómodo, así de simple. Claro que para muchos jóvenes lo académico no es satisfactorio, placentero o no constituye un asunto vital sino superfluo. 

 

Lo anterior es traído a cuenta y  considerado a partir de los resultados “insuficientes” de los estudiantes mexicanos evaluados con la prueba PISA, Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o por sus siglas en inglés —Programme for International Student Assessment–. 

 

Sin duda, México con su programa educativo sale reprobado. La escuela mexicana nunca ha estado ni está al nivel, según la OCDE. La educación en México sólo supera a países como Perú, Brasil, Montenegro, entre otros países miembros de la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económicos, OCDE, y es superado, al contar con mejores resultados, por Chile y Paraguay, en América Latina.

 

El sistema educativo mexicano se encuentra por debajo del promedio, según la prueba PISA, y con el resultado de que sólo el 1% de los 7 mil 299 estudiantes de 15 años evaluados a través de esta prueba se encuentra en los niveles más alto de la evaluación —nivel 5 o 6— en ciencias, lectura y comprensión lectora. 

 

Independientemente de los resultados y de la crítica que se debe realizar tanto al interior del sistema educativo en México, como al exterior del mismo sistema, es necesario contextualizar la dinámica de la evaluación y los porcentajes obtenidos. 

 

¿Qué le hace falta al sistema de educación en México? ¿Qué lo obstaculiza? ¿Cuáles son las áreas de oportunidades que se deben fortalecer? ¿La política educativa no responde a las exigencias mismas de PISA?

 

¿Qué debe cambiar en el colegiado de profesores? ¿En qué contexto del aprendizaje se encuentra la práctica docente que no logra dar pasos significativos en PISA desde hace varios trienios? ¿Qué le falta al profesorado mexicano para responder a las exigencias evaluativas de PISA?

 

¿Y los alumnos? ¿Los padres de familia? ¿La infraestructura educativa? ¿El contexto escolar? ¿El contexto psico – emocional y motivacional del alumno? ¿Dónde queda el andamiaje del aprendizaje? ¿Debe el contexto socioeconómico ser determinante en la prueba y en el éxito educativo bajo los estándares de PISA?

 

Sin duda, los padres de familia también deben constituir un factor determinante en los resultados de la prueba PISA. Me cuenta un amigo que en China, —nación criticada por someter a una presión inaudita a sus educandos, llegando incluso a orillarlos al suicidio—, son los padres los que obligan y llevan casi a rastras a los párvulos para que asistan a la escuela. En las naciones asiáticas consideran que sin aprendizajes, sin escuela, no existe futuro, la situación se torna más difícil; más compleja, si se vive en la nación más poblada del mundo.

 

¿Y el papel de los alumnos? ¿Sus motivaciones? ¿Sus planes a futuro? ¿Sus sueños?

 

Desde mis consideraciones personales, lo digo con base en la observación con los cientos de estudiantes con los que convivo a diario, —las pruebas, en sí mismas—, no representan nada. Sólo constituyen números, basta con pasar, de “panzazo”; con seis es más que suficiente.

 

Independientemente de las teorías del aprendizaje en boga, desde el constructivismo al conductismo de Pavlov y su perro, enseñanza o aprendizaje es necesario someter los siguientes considerando:

 

Considero que las pruebas y, en general, todo lo que se construye en el aula debe encontrar eco en la vida real, debe constituir un aprendizaje que le sirva al alumno, que encuentre un sentido y explicación lógica, empírica, práctica.

 

Creo que la educación debe responder a las demandas propias de la vida cotidiana, entre ellos el pensamiento lógico, práctico, asertivo, capaz de cuestionar, demandar y proponer. Sin esto, la educación se reduce a la nada.

 

Es necesario que los alumnos que presenten PISA deban ser motivados, condicionados, a los resultados de la prueba, como al perro de Pavlov: ¿Qué tal si dependiendo de los resultados de la evaluación el alumno puede escoger entre las preparatorias de su elección? Basta con echar andar el binomio: Estímulo – Respuesta. El problema es que hasta hoy los jóvenes sólo saben mover el índice en el desplazamiento seguro de su pantalla táctil, ensimismado, taciturno, impredecible y previsible. 

 

Considero que menos de tres mil alumnos los que son —llevados al potro de los tormentos, al cadalso, al paredón, al patíbulo—, los evaluados. Menos de tres mil alumnos, los diseminados en todo el territorio nacional: Tu examen PISA o PLANEA, es el pase a la siguiente fase educativa: educación media superior o superior. Escoge —con base en tu resultado— la escuela de tu preferencia, siendo este un criterio para la admisión o de ubicación en la siguiente fase educativa. No me digan que no se puede. 

 

Con el criterio antes señalado, ignoro si existen propuestas similares en el escritorio de los responsables de la educación en México, se obliga a todos los alumnos a que el examen tenga y obtenga un perfil decisivo, significativo; adquiere legitimidad en la mente del educando y validez en su aplicación. 

Hoy, PISA seguirá significando un billete de 30 pesos, al igual que las adecuaciones a las estrategias académicas que tenga a bien llevar la política educativa del país.

 

Termino con el último fragmento de ¿Qué les queda a los jóvenes? del poeta chileno Mario Benedetti: 

 

¿QUÉ LES QUEDA A LOS JÓVENES?

 

¿Qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de consumo y humo?

¿Vértigo? ¿Asaltos? ¿Discotecas?

también les queda discutir con dios

tanto si existe como si no existe

tender manos que ayudan / abrir puertas

entre el corazón propio y el ajeno /

sobre todo les queda hacer futuro

a pesar de los ruines del pasado

y los sabios granujas del presente.

 

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