La noche de los nahuales || El docente y el deber ser niñero o justicia para el maestro Esteban
Por Benjamín M. Ramírez
Mientras escribo reviven en mí muchos recuerdos, anécdotas, intrigas e historias. Quisiera resumir treinta años al frente de grupos diversos, disímiles, heterogéneos, homogéneos, desiguales, complicados, complejos, reducidos o numerosos.
Y escribo, casi apesadumbrado, acongojado, triste, anonadado, patidifuso y perplejo. Los sentimientos en contra de la actividad que amo parecen ser preguntas sin respuestas.
Y escribo, aún con la tristeza en el hombro, porque alguien tiene que levantar la voz profética. Esa voz que clama en el desierto por situaciones irrisorias que se traduce en un acto de presunta injusticia. Y sin embargo, es cierto que: “Dura lex, sed lex”, la ley es dura, pero es la ley.
Con base en lo anterior, y a partir del juicio que ha recibido el profesor Esteban Canchola con la posible sentencia que lo condena hasta con tres años de prisión por el delito de omisión de cuidados, es necesario lanzar a los cuatro vientos: justicia.
Si bien es cierto que el docente es responsable de las situaciones, eventos, incidentes y accidentes que se registran dentro y fuera del aula, también es cierto que el profesor no es un ser omnipresente para cuidar a los párvulos que tiene bajo su cargo y a todos los estudiantes que concurren en el centro educativo. No se puede estar al pendiente de todos, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Lo anterior va en contra del principio de no contradicción.
En una de las instituciones en las que presto mis servicios docentes recién el personal recibió capacitación y actualización en diversos talleres: manejo de extintores, RCP y primeros auxilios, búsqueda y rescate, entre otros cursos de capacitación porque así lo exigen las diferentes Normas Oficiales Mexicanas, NOM, según lo estipulado en la Ley Federal de Trabajo.
Con base en lo anterior, el patrón está obligado, bajo esta normativa, a capacitar y actualizar a su personal para que puedan prevenir, responder o actuar responsablemente ante cualquier peligro y amenaza. ¿El profesor Esteban recibió estas y otras capacitaciones para saber detectar una situación irregular en el alumno fallecido? ¿Acaso cuenta con el perfil médico para detectar alguna anomalía en cuestión?
En mi opinión, y bajo los criterios legales que me asisten, en contra del maestro Esteban se comete una injusticia. Una injusticia que sienta el precedente para juzgar a cualquier maestro que se resista a ser niñero, obligándolo a dejar de lado su labor de pedagogo, docente, instructor o facilitador del aprendizaje.
El docente, en sí y de por sí, enfrenta dinámicas tan diversas que ningún otro profesional sufre: apatía por parte de los padres de familia, cuestiones de indisciplina, las problemáticas al interior de cada hogar y que se reflejan en el aula, situaciones propias del desarrollo del educando como la adolescencia, alguna condición especial que incide en el aprendizaje como el síndrome de Asperger, trastorno del espectro autista, TEA, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, TDAH, trastorno del aprendizaje, capacidades físicas diferentes, capacidades intelectuales, disgrafia, dislexia, entre otros. El docente está preparado para lograr los aprendizajes esperados, no es un todólogo, aunque en la práctica lo sea.
¿Cómo responder a los niños y niñas con depresión? ¿Cómo atender a los niños y niñas con problemas alimenticios: anorexia y bulimia? ¿Cómo reconocer los signos de las violencias que viven los niños y niñas en sus casas? Siga el protocolo. Y el profesor Esteban siguió lo que indica el manual, según lo sostienen compañeros docentes, familiares y amigos.
Desafortunadamente para muchos niños y niñas la escuela es su único lugar seguro. —Aquí no les debe pasar nada, —me repito una y otra vez en silencio—, pero el centro escolar para algunos niños y niñas es el infierno. Víctimas de acoso escolar, violencia, golpes y amenazas, ya sea de forma directa, ya por el ciberespacio. Y, en muchas ocasiones, los padres emplean a la institución escolar solo como guardería. Alguien tiene que cuidarlos.
De forma cotidiana, muchos jóvenes, adolescentes, niños y niñas llegan a la escuela sin el desayuno ni el almuerzo o comida. Hacen presencia en el aula con el estómago vacío. Lo palpé de primera mano en mis incipientes años como docente. Desmayados, sin disposición para los aprendizajes esperados, con dolores de cabeza recurrentes y la frase justificadora: no he comido.
Creo que para el caso del maestro Esteban se necesita una buena asesoría jurídica que pueda derribar toda la posible sentencia que lo condene y le dicte culpabilidad. O quizá la cercanía que tienen los familiares con los aparatos judiciales ha sancionado de suyo al docente que tiene el deber de generar y lograr los aprendizajes esperados. No ha sido nombrado para ser niñero.
Si bien es cierto que el deber del docente es preservar el principio del interés superior del menor, también es cierto que es su obligación estar al pendiente no solo de uno sino del grupo y de todos los que asisten al centro educativo.
En una ocasión me llamaron la atención por no estar en el lugar que me correspondía para realizar la guardia correspondiente, —estoy fuera de mi horario. No me puedes sancionar antes de iniciar mis labores. La anécdota quedó para el recuerdo. —Imagina que no estoy, indiqué.
Lo que más me llama la atención es la anomia del sindicato que debería representar con toda la fuerza con el aparato jurídico con el que cuenta, incluso a nivel nacional, a sus docentes agremiados. No se puede desamparar a los maestros al vaivén de intereses particulares. El docente debe gozar de la representación legal del gremio al que pertenecen. Aun cuando exista responsabilidad del involucrado.
Que sean estas líneas un llamado, una advertencia para todos los docentes en activo y que enfrentan, en lo cotidiano, situaciones que rayan en lo kafkiano, lo absurdo, angustiante y opresivo.
«—Observa. Ese niño ya se subió al barandal. Allá, otro está llorando por la separación de sus padres.
«— ¿Y usted? —Usted tiene que desayunar.
Que sean estas líneas, un llamado a la justicia. Justicia para el maestro Esteban.