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Transiciones||Por Víctor Alejandro Espinoza

¿Asepsia o vinculación?

Por Víctor Alejandro Espinoza

En medio de la crisis devaluatoria de 1982 reporteros buscaron a un investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, quien posteriormente se convertiría en rector de la Universidad Autónoma de Baja California, para que diera su opinión sobre los efectos de la devaluación para la frontera norte. La respuesta pinta de cuerpo entero la visión de una academia distante de los grandes problemas sociales. “No puedo opinar sobre ello, porque yo soy un científico que no hablo de esas cosas cotidianas”.

En realidad, esa forma de concebir el quehacer de la academia se instaló como la visión dominante en muchos de los centros de investigación y universidades. La idea de “científicos puros” ante el público, pero comprometidos con ciertos intereses en lo privado. En todo caso, era una buena coartada para no comprometerse dando su opinión acerca de lo que acontecía en el país.

El discurso aséptico como sinónimo de cientificidad se instaló como hegemónico en nuestras instituciones. Pero, además, los espacios en los medios de comunicación tradicionales (radio, periódicos y televisión), eran coto de ciertos grupos a los que la mayoría de los académicos, aunque quisieran, no podían acceder. Se juntaron las dos situaciones: asepsia y cerrazón de espacios para difusión.

La revolución de las redes sociales cambió las circunstancias anteriores. A partir de 2008, aproximadamente, se generalizó el uso de las mismas y se rompió el monopolio de la información y de la difusión. La mayoría con acceso a Internet, pudimos desde entonces crear cuentas y enterarnos que había otra información y versiones más allá de los monopolios mediáticos. Surgieron alternativas informativas y los medios convencionales comenzaron a perder audiencias.

A pesar de condiciones más favorables para la difusión, muchos académicos no han logrado interiorizar la importancia de su participación como vía de contacto con los grupos sociales y la posible incidencia en generar una corriente de opinión distinta a aquella que ha apoyado las políticas gubernamentales y los intereses privados que se han beneficiado desde los años ochenta.

Considero que se aprovechan de una posición cómoda: no externan opinión alguna que les ponga en riesgo su anonimato científico. Porque opinar significa arriesgarse a ser criticado, puesto en evidencia ante alguna manipulación de la información y tomar partido ante la opinión pública. La asepsia del cubículo les lleva a no difundir ninguna postura. Es la política del avestruz de la ciencia, mismo que hegemonizó la actividad académica durante las últimas décadas.

Pero quienes si se expresaban eran los comentaristas y editorialistas de los medios tradicionales, fieles seguidores de la doctrina de Carlos Denegri, creador del chayote. Esa práctica nefasta en el periodismo de difamar, golpear, denigrar a cambio de jugosas cantidades de dinero y otras prebendas. Claro que hubo excepciones, pero así funcionaban los medios. No eras miembro de sus plantillas sino comulgabas con esas prácticas. Los recursos llegaban desde los gobiernos y la iniciativa privada. A partir de la proliferación de redes sociales el negocio comenzó a verse amenazado.

Sin embargo, el cambio en las condiciones en las que se relacionaban los medios y el poder político tuvo un giro de 180 grados con la llegada del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se les cortaron los recursos de tajo. El embate ante los negocios perdidos ha sido brutal. En ese contexto, los académicos no pueden permanecer indiferentes. La difusión de los hallazgos de investigación y la toma de postura ante los graves problemas que padecemos es una obligación, sobre todo para los académicos de instituciones públicas. Ya no hay pretexto; ante la cerrazón de los medios tradicionales, que además continúa, hay opciones en redes sociales y otros espacios virtuales. La asepsia académica no es una opción. Sí, son tiempos de definición.

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