La noche de los nahuales || Veracruz: Entre infartos, zopilotes y el abandono o diles que no me maten
Por Benjamín M. Ramírez
—¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
—No puedo. Hay allí una gobernadora que no quiere oír hablar nada de ti.
En la obra de J. Rulfo, “Diles que no me maten”, en el segundo diálogo, aparece la palabra sargento, misma que he cambiado por el término gobernadora y que, quizás, sea más propicia para abrir estas líneas.
No hay mayor preocupación para propios y extraños, para quienes tienen la necesidad de transitar por carretera, que el miedo al asalto, al despojo y, en muchas ocasiones, a la muerte. Muerte que en diversas ocasiones son perpetrados por la delincuencia organizada que han hecho de las arterias viales su mina de oro.
Conductores de tractocamiones y de vehículos particulares, pasajeros de autobuses foráneos o cualquier persona que se desplace sobre las vías federales o estatales transitan con la preocupación de que la inseguridad es una constante y, el sobresalto de alguna situación no prevista en el itinerario de viaje puede tener un resultado inesperado y en, ocasiones, fatal.
La angustia se acrecienta al transitar por el sur del país, sobre todo en Guanajuato, Veracruz, Tabasco y Chiapas.
Sucedió recientemente con algunos conocidos que se trasladaron en autobús para ir de vacaciones. Un retén improvisado sobre la carretera en Sonora los obligó a detenerse. Sin identificaciones a la vista, sin motivo fundado de la detención, salvo el parque vehicular, sin logotipos oficiales, simulaba ser de alguna corporación policiaca, el comando exigió a los pasajeros masculinos a descender del autobús.
—A todos nos pasaron a la báscula —me comenta con mucho coraje.
—A un señor mayor le quitaron los ocho mil pesos que traía en efectivo; a otro, cinco mil. Cuando llegó mi turno y tomaron mi cartera, les enfrenté y les pregunté que si eran policías por qué nos robaban. Nadie más alzó la voz. Me dejaron de molestar. —súbase de una buena vez —me gritaron.
—No reparé en el peligro en el que estaba hasta minutos después —me asegura.
Pensé que solamente hacían descender a los varones, pero no es así. Todos están expuestos a pasar una situación incómoda. No sólo para ser despojados del dinero, también pueden ser desvalijados de sus pertenencias, equipaje u objetos de valor, sobre todo celulares o equipos electrónicos o herramientas. Muchos pasajeros aprovechan para transportar artículos usados a sus familiares que radican en el sur del país.
—Eso no es nada. El problema no es que te quiten el dinero. La situación se agrava cuando las mujeres son manoseadas —relató con aflicción otra afectada.
—No es reciente la situación que te cuentan. Sucede siempre. También a las mujeres nos hacen descender, sobre todo a las más jóvenes. Los sujetos se dan vuelo con las chicas. Meten mano por dondequiera. No puedes decir nada porque las cosas pueden ponerse color de hormiga. Así sucede cuando viajas por carretera. Por eso me traslado en avión. Es más costoso, pero te evitas los sobresaltos y situaciones penosas que pueden comprometer tu integridad.
—En este país nadie está seguro —concluye.
Recién recorrí —me relaja hacerlo— las carreteras por el centro — sur del país. Desde la Ciudad de México hasta Veracruz, Tabasco y Chiapas. Más de 2000 kilómetros de carretera pueden atestiguar lo que a continuación comento.
—¿A qué hora llegas a la CDMX? —me pregunta con interés un amigo.
—Como a las dos y media de la mañana —le respondo.
—Si fuera tú, desde esa hora me pongo en marcha.
—Me preocupa la inseguridad a esa hora —respondo— y más, si tengo que transitar por la autopista México — Puebla.
—No veas las noticias. Sólo aumentan la ansiedad y el pesimismo —me asegura.
—A lo mejor tengas razón —pienso.
Y así lo hice. Durante muchos días, previos a las recientes vacaciones, dejé los noticieros, los diarios y las páginas de sangre. Me dio cierta tranquilidad. No es la primera vez que me traslado por carretera, pero en esta ocasión llevaba compañía. La ansiedad regresó.
No se puede ocultar la realidad con el sólo hecho de cerrar los ojos o evadiéndola. Los acontecimientos son contundentes, ya en carne propia, ya en las personas que amamos. Cientos de afectados claman por mayor seguridad y una política de combate efectivo en contra de los grupos de la delincuencia organizada.
En sendas ocasiones me he topado con retenes improvisados en las carreteras. Sobre todo, en la autopista Puebla — Orizaba, La Tinaja — Nuevo Teapa, o Coatzacoalcos — Ocozocoautla. Afortunadamente no he tenido la desdicha de parar.
En la última de estas situaciones, el retén ya se levantaba. Ellos también merecen un descanso después de extenuantes y arduas jornadas de descanso. Lo irrisorio del caso, en Chiapas, hasta colocan letreros en contra de la corrupción. Obvio, sin insignias institucionales.
Vehículos sin logotipos oficiales, sin identificaciones a la vista, un solo carril, armas de asalto, de grueso calibre, a la vista.
—Pásele —me indican.
No pregunto. La seguridad de quienes me acompañan está primero.
La incertidumbre se acrecienta cuando la espera es prolongada. Ya por las malas condiciones de la arteria vial, ya por las eternas reparaciones en la rúa o accidentes vehiculares. Kilómetros y kilómetros de fila interminable. Es muy común en la autopista Puebla — Orizaba, tanto de bajada como de subida, en las cumbres de Maltrata. En esta ocasión, la demora, varados, fue de casi cuatro horas.
La aplicación Waze que uso para mis viajes, antes que Google maps, me indicaba de Orizaba a Puebla cerca de nueve horas. Condiciones propicias para los amantes de lo ajeno. Detenidos, todos se encuentran vulnerables.
—¡Waze! —Es una exageración —pensé.
Tenía la opción de continuar por la autopista Xalapa — Tlaxcala, con un máximo de siete horas, pero la curiosidad para dar la vuelta por la ciudad de Puebla me ganó. Estaba arrepentido. Varias obras de rehabilitación sobre la arteria vial justificaron las catorce horas de viaje desde el origen de mi viaje hasta la Terminal Número 1 de la CDMX.
—Eran siete horas como máximo —me confié.
Si pudiera Waze me respondería: —te lo dije.
Lo peor de todo es que en Veracruz uno puede morir por diferentes causas, pero siempre derivan en un infarto.
Imagino que Jesús, llamado el Cristo, no murió por los azotes, anemia aguda, tortura, sufrimiento intenso significativo o un paro al miocardio producto de la crucifixión, derivado en la pérdida de sangre y el estrés, hechos perpetrados por los romanos. De hecho, murió por una broncoaspiración, prolongada en la agonía. Y es que los romanos eran expertos en tortura y flagelación. De esos azotes que se llevaban piel, carne y huesos.
También pienso en Digna Ochoa que no murió por las huellas de tortura, señales de violencia visibles en su cuerpo y disparos de arma de fuego, uno de ellos en la cabeza, sino que se suicidó clavándose varias puñaladas en la espalda. Suicidio simulado, había determinado la autoridad judicial en su momento.
En Veracruz, todos estamos obligados a morir por un infarto. Quizá provocado por el miedo, la tortura y mutilaciones.
Así, sumidos entre fosas, los zopilotes se dan vuelo. Temporada de zopilotes, ha declarado la mandataria que se ufana de que es ella la que gobierna. Quizá tenga la titularidad del poder ejecutivo, pero la gobernanza ha quedado muy lejos.
Desafortunadamente, —señora gobernadora— nos guste o no, la conducción del estado no ha derivado y, por mucho, en ser un lugar de sosiego, más bien se ha dado paso, desde décadas atrás, a la incertidumbre, a la violencia y a la muerte.
Si las aspiraciones de la mandataria a la silla presidencial apuntaban desde Veracruz hacia la Ciudad de México creo que estas han sido socavadas por un infarto.
Porque antes de reconstruir su palacio de gobierno habría que comenzar por la reconstrucción del Estado de derecho y las carreteras que, por su estado, impiden el desarrollo. Porque es de miserables saber del estado deprimente en el que se encuentran las carreteras de Veracruz y ni siquiera pensar en la rehabilitación de estas. Tan miserable como el tiempo invertido: dos horas para recorrer 80 kilómetros entre zanjas, baches y topes.
Concluyo con otros diálogos de la obra de J. Rulfo, Diles que no me maten.
—Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo
haga por caridad de Dios.
—No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver
allá.
—Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
En Veracruz, ya estamos curados de infartos.