EL OTRO GRITO O VIVA JOSEFA ORTIZ DE PINEDO || LA NOCHE DE LOS NAHUALES

Por Benjamín M. Ramírez

La ciudad se pierde entre sus marasmos, en el bullicio silencioso de una capital que vibra, y que se desgarra en el vaivén de la historia construida y destruida a sangre y fuego. Una urbe que remoza nostalgia y se disipa en los vericuetos de sus mitos y sus héroes, próceres, en villanos y traidores.

Recién visité a la CDMX. Me sorprendió la lluvia transitando sobre Madero. Llegué a Bellas Artes y busqué cobijo en cualquier tienda de conveniencia para que escampara los negros nubarrones y con ello, la lluvia.

¡La entrada es por Palacio de Hierro! — ¡Aquí sólo es salida! —vocifera una voz de una policía taciturna.
¡Circulen! ¡Circulen!
¡Llévele! ¡Llévele! —¡De a diez! ¡De a dieeeeeez! …
¡Paraguas!, ¡Impermeables!… ¡De a cien y cincueeeentaaaaa!

La lluvia se precipita tempestuosa. Los transeúntes soportan con actitud estoica el agua que los moja; ropa y calzado se humedecen, agua anegada sobre Eje Central, la multitud concentrada frente a los semáforos, al igual que la tempestad, se desborda. Todos quieren escapar del temporal que castiga, indolente, a esta ciudad capital.

Es el día antes del grito. En el ambiente se respira hondo, en la atmósfera, el grito histórico. Después de 215 años del inicio del movimiento de Independencia, posterior a 65 presidentes que lo dieron antes de la primera mujer en llegar a Palacio Nacional, la primera mujer presidente en entonar las tres arengas: ¡Viva México!

215 años de arengas y nos siguen sobrando motivos para gritar. Gritan unos, vociferan, otros. Y aquí, aquí, aullamos todos. El dolor siempre acompaña al sino del mexicano. Con motivo o sin motivo, aparece el grito.

En las pintas de las bardas se puede leer la invitación para acompañar a la primera presidente de la República, al primer grito histórico, al rugido que será uno más entre todas las arengas del pasado.

Nada cambia. Solo el hito de nombrar a Josefa Ortiz con sus apellidos de soltera, Josefa Ortiz Téllez Girón, el de traer a la memoria a Gertrudis Bocanegra y a Manuela Molina, “La Capitana”. Como si cambiar los apellidos fuera suficiente para transformar la historia.

Quizá sea necesario y urgente reescribir la historia patria, traer nuevos próceres, desmitificar a los héroes nacionales y encumbrar a otros que han estado ausentes, sin perder el sesgo significativo de lo que fue, de lo que es y lo que será. Así como Tlacaelel, quien impuso la reforma histórica, religiosa, ideológica y social en el imperio azteca para llevarlo a su grandeza.

A este país nuestro le hacen falta acciones, menos arengas, menos mitos. Le hace falta clarificar su sentido y destino en la historia. Nos hacen falta héroes verdaderos. No creaciones fantásticas de un padre de la patria, porque si así fuera, seremos hijos de un borracho, apostador y mujeriego.
Nos hace falta reconstruir el destino de la Nación y socavar las mentiras de una tradición inventada, de una historia que es ajena, que aliena y aleja de la vocación que tiene este suelo patrio, de resistir a pesar de tanto grito.

Hoy hay tantos gritos que son silenciados.

Gritan las madres de los desaparecidos ante la renuencia de las instancias oficiales por brindar justicia.

Exultan los miles de cadáveres esparcidos a lo largo del territorio nacional preguntando el por qué o los motivos de su deceso.

Claman los conductores que transitan por las carreteras de la muerte, exigiendo mayor seguridad y penas más fuertes para los salteadores de caminos.

Gimen los maestros ante la indolencia de las autoridades educativas: salarios y los implementos exiguos para realizar la tarea de forjar a las nuevas generaciones.

Increpan las familias afectadas por las lluvias, ante la ineficacia e ineficiencia de las autoridades que no atienden sus demandas. Ríos y arroyos azolvados y las aguas negras que anegan sus hogares destruyendo lo exiguo en sus pertenencias.

Suspiran los enfermos ante el desabasto de los medicamentos en cada hospital público de la patria. Las citas con fechas inalcanzables, algunos pacientes mueren antes de llegar a la cita con la complacencia de las autoridades de salud. El personal operativo de cada nosocomio trabaja bajo protesta porque los implementos no son suficientes, escasos o surtidos en cantidades ridículas ante la impresionante demanda de un sistema sanitario colapsado. En este país está prohibido enfermarse.

Más acción, menos mitos de transformación, sin gritos, estando el suelo tan parejo.

En este país tenemos el deber de cumplir el sueño de quienes ofrendaron sus vidas, su sangre y lucha por construir un país que se acaba en cada lamento, en cada alarido, en cada solicitud de auxilio.

¡Qué viva México!
¡Muera el mal gobierno!

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