NO ROBAR, NO MENTIR… NO REPRIMIR

LA NOCHE DE LOS NAHUALES Benjamín M. Ramírez

Las manifestaciones, las protestas y las concentraciones multitudinaria son parte del acontecer político en cualquier lugar del hemisferio. No se puede tener contento a todos. Las decisiones políticas inciden de manera positiva o negativa en el ánimo del ciudadano, también los errores, omisiones o acciones ejecutadas desde el poder.

 

En una democracia, incluso en dictadura, se vale disentir. Los consensos no siempre se logran, los acuerdos se alcanzan después de una profunda negociación, coacción o persuasión: en una política de puertas abiertas o en el mensaje sutil para demostrar quién tiene el sartén por el mango.

 

La muestra del hartazgo de amplios sectores de la población que sufren en carne propia la política errada en el combate al crimen organizado, el cobro de piso y su incidencia letal en los pequeños negocios, en la pequeña y mediana empresa, incluso los grandes corporativos, ha llegado a tal magnitud que callar suena imposible. Es el lamento de familias enteras que moran tras las rejas, tapiadas, a canto y lodo, por el miedo de perder lo escaso de sus pertenencias, con la certeza de que a los delincuentes no se les castiga.

 

La política de abrazos y no balazos parece que es prerrogativa exclusiva de los criminales, pero no para la población. El mensaje del pasado 15 de noviembre es contundente y claro: si te manifiestas, habrá represión.  Lo del Zócalo simplemente ha sido una muestra de lo que afirmo.

 

En las diversas concentraciones multitudinarias en las que he participado, como medida de seguridad, siempre trato de ubicar las salidas de emergencias, incluso en el cine. La última experiencia la viví en un Zócalo abarrotado, era el último grito del entonces presidente Andrés Manuel López Obrador. En el espacio que ocupaba no cabía ni un alfiler. Las calles cerradas, la única vía de entrada estaba copada. No tenía ruta de escape. Sentí la presión de morir aplastado ante una desbandada. Las multitudes son impredecibles. Cualquier suceso puede disparar una estampida. La mayoría de las víctimas en estas situaciones mueren pisoteadas.

 

Asimismo, durante las manifestaciones del Frente Nacional de Sindicatos de Colegios de Bachilleres, FNSCB, en años pasados, pude constatar la presión de estar cara a cara a los cuerpos de seguridad y policías antimotines que, con toletes y escudos, impedían el acceso a las inmediaciones de Palacio Nacional. Nuestra manifestación y protesta, aunque ordenada y pacífica, se le contuvo con vallas metálicas y grupos de choque, por si las cosas se salían de control.

 

En este sentido, he decidido expresar lo anterior para poder comprender la estrategia del gobierno para impedir una concentración masiva en el Zócalo de la Ciudad de México: usar los medios más oportunos que impidieran dimensionar en toda su magnitud el hartazgo ciudadano. Al parecer, lo lograron. Imagino la zozobra de los inconformes que, en buena lid, participaron en la marcha y concentración. Nunca imaginaron lo que se estaba perpetrando. Un montaje, exprofeso, como medio de disuasión de la muchedumbre en su intentona de llegar a Palacio Nacional e incendiarlo, si así fuera el propósito de los manifestantes.

 

En consecuencia, nunca faltan los provocadores, mercenarios del poder, que están a la disposición para incentivar el caos y dar motivos suficientes a las fuerzas del orden para intervenir de forma brutal. La mirada internacional estaba puesta en el Zócalo. La lectura puede ser devastadora: México se sume y se precipita a la anarquía.

 

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que pregona el Gobierno Federal en mostrar las estadísticas sobre el índice de inseguridad a la baja, lo cierto es que la percepción oficial no encuentra eco en el ánimo del ciudadano. Hace falta más que un discurso. Por esta razón el Plan Michoacán solo es un parche para una grieta en las profundas fisuras de una presa que amenaza con colapsar en cualquier momento.

 

En definitiva, al Estado le han fallado sus operadores políticos, le hacen falta negociadores efectivos. El gobierno carece de dirección. México está en una encrucijada, en una disyuntiva que, en caso de no resolverse, la ingobernabilidad será la ruta trazada del sexenio.

 

Al Estado no le queda claro que no es el momento propicio para contener sino de encauzar, pero quizá, la única opción que tiene, por lo pronto, será la de encausar.

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