Incompetencia a la veracruzana: Omisión criminal

Benjamín M. Ramírez

Y el lodo se hizo muerte y habitó entre nosotros. Rocío 1:14

En Veracruz, el lodo lo envuelve todo y lo desmantela todo.

El agua anegó las partes bajas de las ciudades afectadas, cubrió con su abrazo de muerte a quienes reposaban, despreocupados, en un sueño plácido. Para muchos, el sino llegó sin advertencias. Sin alarmas oportunas, los afectados fueron abandonados a su destino. Hasta hoy sigue siendo un desenlace de destrucción, de pérdidas, de dolor y sufrimiento, de duelo y de muerte.

Solamente un verdadero y auténtico veracruzano puede sentir en carne propia la desgracia y asimilarla. Por esta razón, la compasión brota de manera natural, inédita, ante la desdicha de quien lo ha perdido todo. Incluyendo la esperanza y la fe en sus autoridades. Tal parece que en Veracruz se vive en la zozobra constante de qué es lo que sigue y va a salir mal.

El agua llegó y lo hizo evidente.

Lamento las muertes. Aún, si el caso fuera de una sola persona la fallecida en este infortunio. Las autoridades pecan de ignorancia y de incompetentes. Ante la adversidad previsible, se podría aplicar la ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Hay que recordar que todo se puede anticipar, incluso la muerte, y estar preparado para lo inesperado. Adelantarse a los eventos, prever y pronosticar son vocablos que parecen no existir en el vocabulario gubernamental.

Hago propias las demandas, exigencias e inconformidades de los afectados. Lamento los fallecimientos, los desaparecidos, el dolor de decenas de familias que buscan el consuelo y la desesperanza de quienes perdieron la totalidad de su patrimonio y rechazo el oportunismo de los que buscan sacar ganancia con la desdicha ajena.

Reprocho las declaraciones oficiales que rayan en lo absurdo y lo paradójico de indicaciones que develan lo evidente. La orden “No digas municipios afectados” expresada por la titular del poder ejecutivo ha sido, si es verdad como lo es, un verdadero balazo en el pie: un harakiri político. La incompetencia oficial no necesita explicaciones. La transparencia, evangelio de la transformación, se vuelve opacidad, al igual que el lodo, qué putrefacto, lo destruye todo.

La omisión también aplica para quienes deben tomar decisiones oportunas con la finalidad de salvaguardar la integridad y la vida de las personas, principalmente de maestros y alumnos. Como lo fue la negligencia de las autoridades de la Universidad Veracruzana que suspendió horas antes las actividades académicas lo que puso en grave riesgo la existencia de decenas de estudiantes y provocó la muerte de las personas, reconocidas de manera oficial, dejando sin contabilizar una estela de desaparecidos o no localizados.

Lo peor fue el caso de decenas de maestros enclavados en la sierra, en la zona de la Huasteca, principalmente las zonas de Veracruz, Puebla, Hidalgo y San Luis Potosí que quedaron atrapados a su suerte: sin víveres, sin posibilidad de retornar con seguridad a sus hogares y la incertidumbre de sus familias por saber si se encontraban bien. A los líderes sindicales o sus superiores inmediatos no les importó el riesgo que suponía el vendaval, el deslave de los cerros o la creciente de los afluentes.

Veracruz y sus damnificados no necesitan promesas de campaña, tampoco un gesto harpocrático, identificado con la señal para exigir silencio colocando un dedo sobre los labios, esa seña del silencio presidencial ofensivo de “no digas municipios afectados”, desvanece la compasión gubernamental.

Los ciudadanos reclaman más que discursos o el dispendio de un presupuesto inagotable para la desgracia, y también exigen el enfrentar los hechos en su realidad cruda, sucia, inmunda, nauseabunda y asquerosa.

Veracruz requiere acciones concretas para resolver inmediatamente el problema, un aprieto que, como los cadáveres, ya entra en estado de putrefacción, y que, al gobierno, con el discurrir de los días, se le escapa de las manos.

Las poblaciones afectadas no necesitan retenes. Ni lo paradójico en los soldados que, con las armas al hombro, baten el lodo, allende las viviendas.

Las ayudas paliativas apenas si pueden socorrer por un breve tiempo y que una botella de agua alcanza para unos tragos. Lo viví, en años anteriores, en carne propia. Sentir la impotencia de que la ayuda en especie, una despensa por familia, escasamente alcanzará para un par de días. Sin embargo, no es necesario surtir toda la alacena. Basta con llevar la esperanza, la solidaridad y el mensaje de que no están solos.

Ha sido la sociedad y no el gobierno la que ha dado muestra de un interés genuino por el prójimo. Personas generosas e interesadas han aportado su granito de arena, ante la inmensidad de los problemas que suponen las incontables toneladas de lodo que cubrieron gran parte de las zonas afectadas.

Octubre es de crecientes, me comentaba mi madre que, sin conocimientos de meteorología o protección civil, se anticipaba resguardando sus escasos bienes, animales y alimentos en las zonas más altas, allá donde las crecidas del río cedían por la altura del terreno.

Veracruz exige personas capaces de anticipar el infortunio, por lo que es urgente la remoción del titular de Protección Civil Estatal, la de la secretaria de educación, incluso de la propia gobernadora. Un reclamo que, por principios éticos, ni siquiera debe esperar.

Aplaudo las acciones de la sociedad civil que se organiza en gestos de hermandad y solidaridad con quienes enfrentan la desgracia. De instituciones gubernamentales que se apuntan para la colecta de víveres.

Ojalá y lo digan cómo es: donación de la población civil y no apoyo del gobierno o ayuda institucional. Con tantos dispositivos tecnológicos de rastreo, pueden ser evidenciadas prácticas que antes podrían ser normales, como lo expresa la sabiduría popular: “hacer caravana con el sombrero ajeno”.

Expreso mi solidaridad para los compañeros maestros, aquellos que enfrentan dificultades geográficas, meteorológicas y la insensibilidad de sus superiores que no los toman como prioridad. La muerte de un trabajador de la educación deberá ser la causa para sancionar a más de un servidor público que no pudo evitar el deceso y ser castigado por el delito de omisión.

Por los maestros afectados, exijo la pronta intervención de sus respectivos sindicatos para revisar los protocolos de actuación que deriven en la protección y salvaguarda de la integridad ante las situaciones adversas. Porque el clima o la ubicación geográfica de sus centros laborales deben ser consideradas como riesgo de trabajo, para que puedan desarrollar su actividad académica con las mejores consideraciones de seguridad. Por los docentes que perdieron la vida no es correcto guardar silencio que derive en un acto de complicidad.

Concluyo con una súplica para que las personas generosas puedan ser sensibles ante la desgracia de un pueblo que lucha por mantenerse en pie. No se necesita ser experto para prevenir la desgracia, basta el sentido común y la sensibilidad de un gobierno que se aleja cada vez más de sus intentos vanos de transformación.

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